I


El problema, en sí mismo, no es la vida.

La vida es sin nosotros;

se forma más allá de nuestras manos

y no precisa de su impulso

para prender la luz de la mañana.

 

La vida nos desborda

cuando queremos contenerla

en la concisa piel de nuestro tacto,

igual que se diluye

la gota incontenible del océano

cuando quiero encerrar toda su esencia

en la mano inocente de mi hijo.

 

Pero a pesar de su misterio,

a veces, por sorpresa,

como un ave delicada,

se posa en el papel

siguiendo el leve rastro de mi pluma.

Ahí es donde he logrado percibir,

tras el nítido reflejo de una imagen

que se forma sencilla sobre un folio,

el rostro verdadero de la vida,

el impulso creador que la sustenta

y la fuerza invisible de sus manos.

 

 

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