Vida
La vida, incontenible, se desata
desde el origen mismo de su centro
hasta la cúspide finita de este día.
Ella es la fuerza incontenible,
el valor absoluto que subyace
en cualquier relativo movimiento.
Ella es el todo en nuestra nada,
burbujea en la espuma de las aguas
del mar eléctrico de invierno,
o en las pupilas tenues que lo miran
con la nostalgia del estío y sus promesas.
Se intuye por la risa de aquel niño
que no conoce el barro ni la duda,
o en las mejillas del anciano
colmadas con el poso del incienso.
Estas entre mis dedos
en el preciso instante en el que escribo
estas palabras, este verso,
la tinta derramada que solo pertenece
a tu reino infinito,
a tu continuo acontecer ineludible.
Nunca podremos poseerte,
como doncella alada te consumes
al expirar de nuestra vejez inexorable
para buscar otras mejillas,
otro surco de nervios infalibles.
Sin embargo esta tarde,
mientras escribo este poema,
me embriago de tu sal de almíbar cristalino,
y bebo de la tinta de su esencia
sintiendo el espejismo, profundo, de tocarte.
Y te amo como lluvia
que se funde al fulgor inacabado
de las aguas sin tiempo de tu rostro.
Aquellas que conducen los páramos abiertos
de toda material inexistencia.
Siento que palpo tu deriva
y me sumerjo en el matiz del infinito,
y que por un instante,
por tan solo un segundo de pestañas,
beso tu piel evanescente.
Como se besan, a lo lejos de este plaza,
siendo sin ser, sin haber sido,
inconcebibles, los amantes.