Entonces
Nadie nos escucho, nadie lo supo.
Pero tú si me oíste hasta el fondo de ti
y sin ninguna duda lo supiste.
También yo estuve al tanto
de aquel decir cifrado de tus ojos
que, trémulo y audaz, iba llegándome
para que yo tan solo logrará comprenderlo.
Y no, no pudo ser, no pudo ser,
porque hay cosas que no deben cumplirse,
aunque con tanta fuerza y anhelantes
broten de lo más hondo.
Qué tremenda verdad de luz tan triste
y de tan lenta muerte.
Muerte que nunca muere y que es también
infinita alegría, pues nació
de un centro eterno y puro.
En algún otro mundo, en otra vida
de las que nos aguardan en la rueda del tiempo,
sucederá de nuevo y para siempre
ese fuego hermosísimo que ahora
no alcanzó a propagarse
sino en las galerías del deseo.
Y entonces arderá como él disponga,
con la voracidad de su albedrío,
sin que nada ni nadie nos salve de sus llamas
ni consiga impedir que nos calcine.
Oír la luz. Eloy Sánchez Rosillo